El tiempo es un tesoro que se posee, pero es sumamente fugaz. Se nos escapa como agua entre las manos; transcurre de una manera casi imperceptible. Escribía el poeta Gustavo Adolfo Bécquer: “Al brillar un relámpago, nacemos y aún dura su fulgor, cuando morimos: ¡Tan corto es el vivir!”
Esta reflexión me venía con ocasión que hemos entrado en el último trimestre del año. Sin duda, un año especial por la pandemia.
Cuando miramos las fotografías de nuestra infancia y adolescencia con compañeros de la escuela y la universidad, notamos el paso irreversible del tiempo. Y tenemos que aceptar la edad con todas sus consecuencias.
Esto no lo digo para poner una nota dramática o negativa sobre esta realidad, sino para asumir plenamente este hecho y llegar a una conclusión: aprender a aprovechar bien el tiempo y sacaremos frutos jugosos.
Decía sabiamente el filósofo Séneca: “Apresúrate a vivir bien y piensa que cada día es, por sí solo, una vida”. En este mismo sentido el pensador Gregorio Marañón escribía: “La vida es nueva cada día”.
Dicho en otras palabras, es importante aprender a vivir con optimismo y ojos llenos de ilusión cada día que vivimos. Siempre existen asuntos interesantes qué aprender, metas valiosas para ponernos y luchar cada día por mejorar, aunque sea en puntos concretos y pequeños.
El inolvidable Presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, quien lanzó el “New Deal” (“El Nuevo Trato”) una serie de medidas muy específicas para buscar soluciones viables frente a la tremenda crisis económica, después de la caída de la bolsa de 1929, Además, tenía una aprovechable convicción personal: “En la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado nada”. Y fue un Mandatario que se enfrentó a muchas incomprensiones y críticas, pero él siguió adelante. Le tocó la difícil decisión de que su país entrara en la Segunda Guerra Mundial a pesar de la frontal oposición ciudadana y de muchos otros políticos.
Recuerdo que tenía a un maestro en la Universidad de Navarra que habitualmente estaba de buen humor, además de ser un erudito en su especialidad, era amiguero, extrovertido y practicaba el excursionismo y otros deportes. Con frecuencia me decía: “Vivir es algo maravilloso; no te la crees de tantas posibilidades que tenemos para ser muy felices”. Y ésta fue siempre su norma de vida.
Me viene a la memoria aquella célebre frase del pensador norteamericano Ralph W. Emerson: “Graben esto en su corazón: cada día es el mejor del año”. Considero que no le faltaba razón.
Tenía un tío de mediana edad -que ya falleció-, mientras que yo era un adolescente, me decía muy convencido:
-¡Ya verás cómo se te pasa la vida! Primero te parecen largas las semanas y los meses. Años después, te parecerá que las semanas se deslizan como un cuchillo sobre la mantequilla; los meses y los años como un puñado de días. Luego te das cuenta que la vida se te fue.
Y yo le decía:
-Con todo respeto, tío, ¿no estarás exagerando o dramatizando?
Me respondía:
--Ya lo comprobarás por ti mismo. Sólo deja que pasen algunas décadas. ¿Cuánto tiempo hace que me casé con tu tía? Y ahora todas tus primas se han casado o están por casarse y pronto seré abuelo. ¡Me parece increíble!
Cuando estudié Literatura y, dentro del Siglo de Oro Español, estudiamos los textos de Calderón de la Barca, en su conocida obra de teatro: “La Vida es Sueño”, me parecía desmesurado su planteamiento de considerar la existencia humana como una ilusión, una fantasía, un efímero sueño. Pero con el paso de los años le ido concediendo la razón.
El libro del Eclesiastés afirma con claridad, en Lengua Latina: “Tempus breve est” (“El tiempo es breve”). Y esta realidad nos ayuda a espolearnos y escudriñar bien el tiempo para sacarle el mejor provecho. Y concluyo con esta frase de un conocido pensador de nuestros días: “Nadie lo hará tan bien como tú, si tú no lo haces”.
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