Cierto día me vino a ver al colegio, una madre de varios alumnos –tenía dos en la primaria y dos en la secundaria-. Con toda sencillez y franqueza, me hizo esta pregunta al terminar mi clase, mientras los jóvenes salían del salón:
-Profesor, ¿por qué unos hijos nacen como “árboles torcidos” y otros, en cambio, crecen como “árboles derechitos”?
Le hice ver que no había una sola respuesta para su pregunta. Que dependía del temperamento, del carácter, de la inteligencia, de la docilidad y fuerza de voluntad de cada hijo para poner por obra lo que iba aprendiendo…
Entonces, ¿es muy difícil educar bien a los hijos? –agregó.
-Desde luego que es una tarea compleja –le contesté-, más aún en esta época en que se propagan conceptos nocivos que los desorientan y van en contra de una acertada formación. Pero buena parte de la eficacia depende de la dedicación, empeño y buen ejemplo que pongan los padres.
Por encima de la misma actividad profesional, por más destacada y absorbente que sea, está la obligación que tienen los progenitores de darles la oportuna formación a sus hijos. Se deben de percatar que en esta tarea absolutamente nadie los puede sustituir. Ni siquiera los profesores ni los preceptores o asesores académicos ni las empleadas del hogar.
A veces se suele escuchar está expresión:
-¡Este niño qué majadero es! ¿En qué escuela estudia?
Desde luego se trata de una falsa apreciación porque los buenos modales en el hablar, en las normas de urbanidad, en la conducta, se aprenden prioritariamente en el hogar.
Para ello es necesaria una actitud cariñosa y vigilante por parte de los padres para orientar cuando haga falta.
Si hacemos memoria de nuestra infancia, ¿cuántas veces no recibimos de nuestros padres este tipo de comentarios:
-¿Por qué traes esa cara? A ver cuéntame qué te pasó… O bien: -¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? ¿Estás enfermo?
Y es que los padres suelen ser los que mejor conocen a los hijos. En su importante papel se convierten en pedagogos, psicólogos, médicos o enfermeras, maestros, orientadores, consejeros…
Por otra parte, en mi experiencia magisterial, ¡cuántos trastornos psicológicos tienen su raíz y origen en un ambiente cargado de frecuentes fricciones, tensiones y conflictos entre los esposos en el seno del hogar!
Por ello se recomienda que los cónyuges resuelvan sus diferencias a solas, sin estar en presencia de los hijos porque emocionalmente les puede afectar. Y una vez que cada parte expuso sus quejas e inconformidades, hacer enseguida las paces. Porque de que los esposos permanezcan siempre unidos, depende la felicidad de los hijos.
Y es que esa educación de los hijos depende fundamentalmente del ambiente que se respire en el hogar que debe ser reflejo del cariño entre los esposos, de la mutua comprensión y entendimiento.
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