Trescientos cincuenta miembros de la Asociación Rondine (golondrinas en español) fueron recibidos este mediodía en la Sala Clementina por el Papa Francisco. El encuentro se llevó a cabo tras aquel con el Cuerpo Diplomático de la Santa Sede, el miércoles pasado. Un discurso colmado de gratitud y aliento ofreció el Santo Padre a los miembros de la asociación que está comprometida desde hace veinte años en la reducción de los conflictos armados en el mundo.
Hablando en primer lugar sobre el compromiso educativo de la asociación, que prevé acoger a jóvenes que en diversas partes del mundo viven bloqueados “en culturas envenenadas por el dolor y el odio” para ofrecerles el desafío de “verificar” de persona si “el que está más allá de una frontera cerrada”, es realmente “un enemigo”, El Papa Francisco reconoció el método eficaz desarrollado por la asociación:
“En estos veinte años han desarrollado un método capaz de transformar los conflictos, haciendo salir a los jóvenes de este engaño y devolviéndolos a sus pueblos para su pleno desarrollo espiritual, moral, cultural y civil: jóvenes generosos que, sin culpa, nacieron con el peso de los fracasos de las generaciones anteriores”.
Una obra que fue fundada – dijo el Papa- sobre dos grandes raíces espirituales de su tierra: “San Francisco de Asís, estigmatizado en La Verna, y San Romualdo, fundador de Camaldoli. ¡Hicieron una buena elección!”
Tras explicar que él mismo escogió el nombre de Francisco pensando en los pobres y la paz, el Papa se detuvo a subrayar que “la pobreza -en un sentido negativo- y la guerra están vinculadas en un círculo vicioso que mata a las personas, alimenta sufrimientos indecibles y propaga un odio que no se detiene”.
En ese sentido, aludiendo a la elección de la asociación de dedicarse a los jóvenes, afirmó que se trata de un compromiso dirigido también a combatir la pobreza y a construir la paz, porque se trata de “una acción que alimenta la esperanza y pone la confianza en el hombre, especialmente en los jóvenes”.
Luego de recordar al venerable La Pira y sus raíces inspiradoras para la asociación, el Pontífice aludió al llamamiento que los jóvenes presentarán a las Naciones Unidas el 10 de diciembre, con ocasión del 70º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos:
“Escuchar a un joven palestino y a un joven israelí que juntos piden a los gobiernos del mundo que den un paso que pueda reabrir el futuro, transfiriendo el costo de un arma del presupuesto de defensa al presupuesto de educación para formar un líder de la paz, es una cosa rara y luminosa. ¿Cómo se podría estar en desacuerdo? Pero nosotros los adultos no podemos apañarnos con un “bravo chicos”. Siento que debo darles todo mi apoyo, mi simpatía, mi bendición”.
Se trata de una apelación, prosiguió el Papa, que contiene y propone una “visión concreta. Y recordando su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz a celebrarse el 1 de enero de 2019, en la que reafirma que la responsabilidad política pertenece a todos los ciudadanos, especialmente a aquellos que han recibido el mandato de proteger y gobernar, habló de la misión de quienes han recibido este mandato:
“Esta misión consiste en salvaguardar el derecho y fomentar el diálogo entre los actores de la sociedad, entre las generaciones y entre las culturas”. “Añadiría: entre las partes en conflicto. Porque sólo en el diálogo se crea la confianza”.
Un punto importante recordó el Papa de la Encíclica de San Juan XXIII Pacem In Terris, con el que afirmó la necesidad de anunciar la paz:
“Cuando el ser humano es respetado en sus derechos fundamentales germina en él el sentido del deber de respetar los derechos de los demás”.
Reconociendo el liderazgo de los jóvenes que piden unirse a su apelación ante Naciones Unidas, el Papa Francisco, además de unirse a la misma, solicitó a los Jefes de Estado y de Gobierno que hagan lo mismo, y animó:
“Que su voz -débil, pero fuerte de la esperanza y la valentía de los jóvenes- pueda ser escuchada el próximo 10 de diciembre en las Naciones Unidas. Necesitamos líderes con una nueva mentalidad. Los líderes de la paz no son los políticos que no saben dialogar y confrontarse: un líder que no se esfuerza por ir al encuentro del ‘enemigo’, por sentarse con él a la mesa como hacen ustedes, no puede conducir a su pueblo hacia la paz”.
En la conclusión de su discurso el Papa manifestó la esperanza para que “puedan contribuir a derribar los muros más altos, construir puentes y barrer las fronteras infranqueables, el legado de un mundo que se está acabando”. "Han superado las barreras más duras, las que están dentro de cada uno de ustedes, disolviendo el engaño del enemigo, y se han asombrado de ustedes mismos cuando han reabierto las fronteras bloqueadas por las guerras. Nunca pierdan el asombro y la humildad”, finalizó.
Salió a la venta en las librerías, publicado por Ediciones San Pablo, el libro titulado “Una pizca de alegría, siempre que sea plena” del sacerdote Maurizio Mirilli, autor de esa misma Casa Editorial de: “365 Motivos para no tener miedo” (del 2012); “365 Motivos para amar” (del 2014) y “Los descartados por los hombres, protagonistas para Dios (del 2016)
El libro titulado “Una pizca de alegría, siempre que sea plena”, cuenta con el prefacio del Papa Francisco, a quien le interesa el tema tratado, es decir, el de los últimos y el de los descartados.
El padre Maurizio Mirilli se refiere en estas páginas a algo que todos nosotros buscamos, a saber: la alegría verdadera, e indica su raíz y su fuente, la Misericordia de Dios, que nos colma cuando nos liberamos de nuestros pecados y regresamos al Señor, uniéndonos a Él.
También se refiere a la alegría plena que pertenece a quien hace protagonistas a los descartados, a aquellos que normalmente son dejados de lado por parte de la sociedad, del mismo modo que Jesús. Y relata asimismo la alegría de dejarse sorprender por el poder liberatorio del perdón de Dios, que se nos ofrece siempre en los momentos difíciles, cuando nos parece que hemos perdido la orientación del camino.
Con este libro lleno de felicidad y de esperanza, el padre Maurizio exhorta al lector a vivir una vida plena y auténtica y a abandonar, en cambio, las satisfacciones fruto de un mundo que impulsa a contentarse con cosas momentáneas y efímeras.
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