El Obispo de Tapachula, México, habló sobre cómo despertar el deseo de Dios y de la vida consagrada en los jóvenes.
“Pienso que hay un gran deseo de que la Iglesia diga una palabra y acompañe profundamente los procesos de llegar a una madurez, y a una madurez cristiana”: son palabras de Monseñor Jaime Calderón Calderón, hablando sobre las esperanzas puestas por los jóvenes mexicanos en este Sínodo.
“En un mundo globalizado que cada vez tiene menos fronteras, nuestros jóvenes tienen mucho deseo de vivir una vida de felicidad, de gozo y esperanza, pero creo que hay particularidades que pueden expresarse acerca de nuestra propia nación: deseos de seguridad, de que una vez terminadas sus carreras puedan encontrar un buen trabajo, el deseo de formar una familia, el deseo de todo joven de una vida plena y colmada de realizaciones”.
El Obispo de Tapachula se refirió también a los flagelos que golpean a la juventud mexicana: “pensemos por ejemplo la violencia, en las situaciones de rupturas de las propias familias en las que no hay un ambiente que favorezca un crecimiento armónico. Pienso también en la pobreza de tantos jóvenes a quienes no les es posible ni siquiera una vida de promesa, de formación. A esto se suma la necesidad de migrar y entonces, todo esto se convierte pues, en incapacidades y flagelos para llegar a una realización plena”.
Acerca de cómo despertar en los jóvenes el deseo de Dios y de la vida consagrada, en un mundo que ofrece cada vez más distracciones, Monseñor Calderón, quien posee una larga trayectoria en la formación de sacerdotes, habla de la importancia del testimonio:
“Creo que en la medida que haya más testimonio de una vida gozosa por parte nuestra, sin lugar a dudas habrá una respuesta de nuestros jóvenes. La fe también nos mueve a decir que hay elementos que son indispensables para que haya vocaciones. El primero es la oración: “rueguen al dueño de la mies que envíe operarios a sus campos”; esto compromete a la misma comunidad para que oren. Segundo, creo que es fundamental una propuesta: el Señor no nos habla al oído, sino que se va revelando poco a poco en nuestra historia. Y en la vida de los jóvenes hay que proponer la vida del Señor, esa llamada que puede ser profunda en la vida de los jóvenes”.
Luego, “no basta sólo con orar y con proponer, sino que hay que acompañar”, prosigue el Obispo. “A la Iglesia toca ‘ofrecer’, como lo estamos haciendo en el sínodo tratando de reflexionar sobre cómo podemos acompañar mejor en el discernimiento a nuestros jóvenes”. “El Señor llama a una vida de felicidad y habrá que ir descubriendo cuál es el camino de felicidad al que el Señor llama”.
Sobre los trabajos sinodales Monseñor Calderón Calderón subraya dos cosas principales; una, que se va generando poco a poco y que se va haciendo eco en quienes están participando en el sínodo “signos de conversión”, fundamentados “en la necesidad que tenemos como Iglesia como estructura y como jerarquía de ‘cambiar’ las cosas”. “Las cosas no pueden seguir así –remarca-, no podemos seguir manteniendo lejanos a parte de los jóvenes de nuestro mundo, nosotros somos parte de él”.
“Y segundo - prosigue - creo que por la eficacia de la acción del Espíritu Santo van habiendo también como ‘signos’ para ir descubriendo caminos más concretos para poder caminar juntos pues, no se trata simplemente de ‘domesticar’ a nuestros jóvenes, sino de ‘acompañar’. La Iglesia los necesita y nosotros los necesitamos”, concluye.
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