“Jesús, en la última Cena instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura” Catecismo de la Iglesia Católica 1323.
De esta manera el Catecismo de la Iglesia Católica nos describe el misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo. No es un símbolo o signo, sino la celebración del mismo Sacrificio el que realizamos todos sus sacerdotes. Desde el bautismo, somos ungidos sacerdotes, reyes y profetas y ejerciendo nuestro sacerdocio, presididos por el Presbítero, realizamos el Sacrificio Eucarístico en cada misa, teniendo la presencia viva y real de Jesucristo en el pan y vino que se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo, quedando de ésta manera por siempre y para siempre con nosotros Dios mismo. Este es el misterio más grande y muchas veces inexplicable de la Eucaristía. Este sacrificio es reservado a la Iglesia, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, la Esposa amada de Cristo.
En el Evangelio según San Juan y en el libro del Apocalipsis, los autores sagrados nos describen a la Iglesia como la Esposa amada de Cristo, formando una unidad indisoluble entre el Amado y su Amada.
La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios, por las que la Iglesia es ella misma y en la que se encuentra la plenitud de la acción por la que Dios Hijo santifica al mundo. A través de la Eucaristía nos unimos los cristianos a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna.
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